Un paso fundamental en un camino que no debe abandonarse

El anuncio del Gobierno nacional que se formalizó con la publicación en el Boletín Oficial de la baja permanente de los derechos de exportación para carne y granos es un paso en la dirección correcta y que además coincide con una necesidad a gritos de los productores agropecuarios que vienen de contextos extremadamente desafiantes en sus ecuaciones económicas.
La baja ya dispuesta de las alícuotas es un alivio en ese sentido, aunque no representa una solución final ni mucho menos. Es apenas un paso en un camino que aun luce extenso. Pero al menos hay dos elementos que valen la pena destacar: el rumbo de la medida y la condición de permanente.
La baja en un momento como el actual permite despejar algunos interrogantes en la planificación de la próxima campaña, especialmente en las regiones que van más allá de la zona núcleo, donde las condiciones son muy diferentes. Concretamente, para el caso de la soja, que pasó del 33% de derechos de exportación al 26%, implica que muchos campos, sobre todo en los anillos más próximos a la zona núcleo, que arrojaban un quebranto como resultado económico hoy puedan pensar en un planteo incluyendo la oleaginosa. Está claro que los productores esperan que más temprano que tarde se puedan eliminar las retenciones de manera permanente. Pero no sólo por quienes producen en el campo, sino que se trata de un impuesto que trasciende al propio productor. Son recursos que desde hace más de dos décadas se escapan del interior productivo y no regresan. Son menos ventas en los comercios y la industria de muchos pueblos y ciudades que se escurrieron a lo largo de estos años. ¿Cuánto podrían haber crecido si esos recursos hubiesen lubricado esas economías diezmadas? ¿Cuántas nuevas inversiones y puestos de trabajo habría en esos lugares?
Es bueno que el Gobierno haya tomado esa decisión y que además lo haga de manera permanente. Eso evita también ciertas distorsiones propias de la Argentina de los últimos años, en donde las medidas tenían fecha de vencimiento y se producían concentraciones o vacíos artificiales en la oferta y la demanda, rompiendo los mercados y dificultando su fluidez natural. Este Gobierno lo pudo observar de manera directa con lo ocurrido hasta el 30 de junio y en los días posteriores, cuando se creó una bisagra artificial.
Como marco general, es sabido que las intervenciones del Estado en los mercados terminan siendo ruinosas. Bajo el pretexto de garantizar oferta de bienes internos o precios razonables, se terminan rompiendo condiciones necesarias de producción y todo termina siendo peor. En Argentina abundan los antecedentes.
Por eso, en la medida en que el Gobierno vaya avanzando en la quita de impuestos a la exportación, habrá más incentivos para producir, ampliar la oferta y generar más divisas para un país que siempre tiene restricción cambiaria. La torta, finalmente, se podrá agrandar. En paralelo ahora también se suman otros sectores exportadores que evitan que el agro sea el único generador de divisas. Hay que alentar a múltiples actividades y encender más motores para dejar atrás círculos viciosos que garantizaron el estancamiento.
Por eso el paso anunciado el sábado y formalizado ayer en el Boletín Oficial es un buen punto de partida, pero no hay que perder de vista que hay que seguir avanzando hacia un horizonte en el que el productor argentino pueda tener las mismas condiciones que sus pares de Brasil, Paraguay, Uruguay o Estados Unidos. Y a partir de allí, y con el talento que vino demostrando en las últimas décadas para sobrevivir, el sendero del crecimiento estará más cerca de convertirse en realidad.