Cuando a la política se le apaga la luz

La política argentina vive uno de los momentos de mayor penumbra en décadas y por momentos parece empecinada en cerrarse dentro de un armazón inviolable que evita cualquier contacto con el mundo exterior, aquel que abarca todo lo que el ciudadano vive a diario. En ese encierro, prefiera mirarse el ombligo y torpemente tropezar con sus mismos errores creyendo que en algún momento el resultado puede ser positivo. Y no, siempre tropieza con esa misma piedra.
El episodio del cierre de listas ocurrido en la provincia de Buenos Aires el último fin de semana fue una metáfora perfecta de lo que ocurre con ciertas estructuras vetustas, que no encuentran decodificar el mundo de hoy, sus múltiples desafíos, los problemas de arrastre que expone el país, y buscan desempolvar viejas prácticas con las que creen posible dar soluciones. Pero además, expuso de manera cristalina el orden de prioridades de los principales actores políticos, mucho más preocupados por sostener sus estructuras de poder, que son garantía de perdurabilidad, que en bucear propuestas que empiecen a dar soluciones a las múltiples demandas de la sociedad.
Es el trasfondo de lo que llevó a la sociedad argentina a elegir al actual Gobierno, cansada de los persistentes fracasos encadenados de las últimas gestiones nacionales que adolecieron de los reflejos necesarios para interpretar lo que los ciudadanos esperaban. O si lo hicieron, no tuvieron la capacidad de encontrar el camino. Es el mismo desafío que enfrenta la gestión de Javier Milei, que ahora debe mostrar que no arrastra ese pecado original y que es capaz de no mutar hacia esa deriva. Intentó marcarlo con claridad con su definición de “casta”.
No hay dudas que la sociedad también basó su elección en demandas mucho más concretas, como la lucha contra la inflación en un límite de riesgo hiperinflacionario, el despilfarro de los recursos públicos, la obscena estructura del Estado incapaz de dar respuestas, entre otros. De eso también debe dar exámenes la actual gestión y seguramente será parte de la evaluación en las próximas contiendas electorales.
Pero así como se exige insistentemente que los actores privados den un salto de competitividad, casi de manera constante para no perder terreno, y los recursos humanos deben avanzar fuerte en capacitación y adquisición de nuevas habilidades, la política se debe una mejora cualitativa exponencial. Los modelos previos quedaron obsoletos y cada vez más se los observa incapaces de dar respuestas. Pero esos mecanismos no son abstractos, hay quienes todavía intentan darles vida cuando el mundo cambió. Y lo hará de manera cada vez más rápida de la mano de los avances tecnológicos.
Es imposible gestionar con éxito el Estado con políticas de hace dos, tres o cuatro décadas. Pero no es lo que parecen interpretar ciertos sectores políticos que siguen enroscados en internas interminables, en juegos de suma cero, discutiendo y perdiendo energías en cuestiones absolutamente lejanas a las necesidades urgentes de la población.
Más allá de las mejoras en los índices sociales que ocurrieron en el último año y medio, lejos está la Argentina de tener solucionada la pobreza y la indigencia; ¿cuáles son las ideas que conducen a una salida de esa aguda problemática? ¿Cuáles son las propuestas de los distintos espacios para darle sustentabilidad a un sistema previsional que hace agua y que hoy no garantiza ingresos razonables a los beneficiarios? ¿Cuál es el modelo de aprovechamiento de recursos energéticos y mineros que tienen los distintos espacios políticos para generar riqueza para el país aprovechando los grandes recursos existentes? ¿Cómo imaginan que el campo y la agroindustria puedan volver a ponerse a la par de países como Brasil? ¿Y la competitividad de la industria argentina? Es hora de empezar a mirar el horizonte y dejar de mirarse el ombligo.