Un déjà vu constante que impide avanzar y desarrollar el país

Cuando se mira a la Argentina en el día a día parece un país frenético, en el que todo el tiempo suceden cosas que atraen la atención y generan grandes debates y discusiones. Pero cuando la mirada sobre el país se estira en el tiempo, a 10 o 20 años, da la sensación que siempre está parado en el mismo lugar.
Esa dualidad encuentra puntos de contactos, especialmente por una enfermiza vorágine coyuntural. Hace tiempo que Argentina perdió el mediano y largo plazo, un norte hacia donde quiere ir, qué quiere ser, qué estrategias y acciones va a tomar para lograrlo y qué necesita para ello. Más bien se dedicó a ver qué es conveniente hoy, y mañana se verá. Por eso es fácil ver las contradicciones en su andar, las idas y vueltas. Esta semana volvió a ocupar el centro de la escena la expropiación de YPF, que claramente requiere de mucha profundidad en su investigación. Pero más allá de eso, la Argentina pasó en 30 años de la estatización a la privatización y nuevamente a la estatización. Lo hizo con YPF, pero también con el sistema jubilatorio. Y no se trata de negar que los contextos pueden cambiar las decisiones, sino que esas decisiones se tomaron como soluciones o bajo conveniencias de coyuntura sin contemplar el mediano y largo plazo. ¿El aplauso de hoy, disparado por un clima de época, qué consecuencias iba a traer mañana? En esta Argentina hace 24 años se aplaudió de pie un default en el Congreso.
Vinculado a YPF, y como una extraña coincidencia, una alta demanda surgida por la ola polar y una dificultad en la oferta dejó a muchas zonas del país con falta de gas y cortes en estaciones de servicio, industrias y hasta casas particulares, como ocurrió en Mar del Plata. Las dificultades en materia energética en el país tampoco son nuevas. No es la primera vez que se corta el gas en invierno y que ocurren cortes de luz masivos en verano, pero ahora justo cuando se habla de la Argentina potencia energéticamente a partir de Vaca Muerta. No fue la excepción. Falta mucha inversión en infraestructura, más allá de la potencialidad del país.
Con las retenciones sigue ocurriendo lo mismo. Hace más de 20 años se idearon para hacer pie económicamente en medio de un tembladeral. Y luego se sostuvieron y hasta se fueron incrementando con distintas excusas, siempre de coyuntura. Pero nunca se evaluó el costo en el mediano y largo plazo que eso tendría. La resignación evidente del uso de tecnología para ser más eficientes, las regiones que eran expulsadas de la producción por ser económicamente inviables, y finalmente el mayor volumen de granos que se resignaba y por ende las exportaciones y los mercados que no se alcanzaban. Por el otro lado, ¿qué se hizo con esos más de 200 mil millones de dólares que el Estado recibió como recaudación de los derechos de exportación en dos décadas? ¿Dónde están? Los productores no lograron crecer todo lo que podrían, los pueblos y ciudades del interior resignaron miles de millones de dólares de recursos y no hay mejor infraestructura o servicios del Estado. Fue todo pérdida, pero en cada momento se celebró.
Por eso es relevante insistir en que es necesario cambiar esa ecuación que sigue dando en rojo. Y no sólo para beneficio de los productores, sino de sus entornos, de los lugares en los que cada uno desarrolla su actividad.
Pero en modo más general, la Argentina sigue esperando salir de la trampa de la coyuntura, de los climas de época y levantar la mirada al horizonte. El país tiene horizonte y necesita abrazar un proyecto que lo encamine. Se necesitan ideas, decisión y hombres y mujeres con capacidad para hacerlo. Los hay, aunque las imágenes de la Cámara de Diputados de esta semana hagan pensar lo contrario.