El Inta, y cómo evitar miradas extremas para una mejora necesaria

El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) tiene una frondosa historia de vinculación con los productores de cada rincón del país; investigando sobre las múltiples actividades agropecuarias que se desarrollan en las distintas regiones, realizando transferencias de conocimiento y llevando capacitación para que los resultados de cada una de las actividades puedan expandirse y mejorar la realidad local, de la zona y del país todo.

Lo hizo con una organización que desde su fundación articuló actores privados -entre ellos las cuatro entidades gremiales del campo- y públicos con la academia en un modelo de gobernanza poco usual en organismos del Estado nacional. Eso permitió amalgamar políticas importantes, líneas de investigación y desarrollos que fueron cambiando la realidad productiva.

Ahora, en medio de múltiples rumores sobre la publicación de un decreto que cambiaría esa estructura de gobierno -pasaría a ser una dependencia del Ministerio de Economía- y avanzaría con recortes de personal, los integrantes del Inta manifestaron su preocupación y advirtieron sobre las posibles consecuencias que podría tener eso para la continuidad del Instituto.

En ese punto, es imperioso insistir en que la Argentina debe abandonar las opciones contrastantes, los extremos, para intentar avanzar en caminos de racionalidad. Acercar posiciones para buscar las mejores respuestas y no cavar trincheras.

¿Alguien podría sostener con argumentos sólidos que el Inta no se puede mejorar en su funcionamiento, ser más eficiente y brindar más con lo que tiene? Del mismo modo, ¿es correcto pensar que es un organismo que necesita un cambio en su fisonomía para que dependa directamente de un funcionario de turno -de este Gobierno o del que venga- y que esa opción es mejor que el intercambio que ocurre en una mesa integrada por miradas plurales? Llevado al extremo que algunos temen: ¿hay que cerrar el Inta?

Por momentos las discusiones en la Argentina se vuelven inexplicables para la buena fe y a menudo los que se quejan del remedio son los que generaron la enfermedad. Ahora, cuando una institución tiene dificultades en su funcionamiento pero su rol es relevante para el conjunto de la población, la solución no puede ser bajarle la persiana.

En el Inta hay profesionales reconocidos a nivel mundial. Cuadros técnicos formados en sus dependencias son tentados por multinacionales de distintas partes del mundo, porque no abunda un recurso humano como el que ostenta el Instituto en muchas de sus especialidades. Pero, como se dijo, hay cosas por mejorar y seguramente, en un contexto de restricciones como el que vive el país hay mucho margen para la eficiencia.

¿Es cierto, como plantean voceros del Gobierno, que la anterior gestión fue poblando las oficinas del Inta y otros organismos con militantes que no tienen nada que ver con la esencia del organismo? Si fuese de ese modo, haría falta una profunda revisión para diferenciar, sin yerros, a los técnicos, investigadores y personal de carrera de quienes ingresaron sólo con el fin de tener un sueldo del Estado.

No es posible resignarse al todo o nada. El sector agropecuario no sólo es el más relevante en materia de generación de divisas para el país, es mucho más que eso. Es arraigo y trabajo en cada región de la Argentina, desde la lana, la pera, la manzana y los tulipanes en el sur, hasta el tabaco, el poroto, el algodón, la caña y la yerba mate en el norte. Los desarrollos regionales que la variedad de clima y las investigaciones y mejoras fueron consolidando en parte también son fruto de un camino extenso que no puede detenerse a menos que se quiera perder el tren del progreso.